Entorno

Especial 2022, el año de la vuelta al status quo

La geopolítica se alza como la protagonista de una crisis perenne

El año 2022 ha estado sepultado por crisis y la incertidumbre no ha abandonado la política y economía internacional como se esperaba, si no que todavía lo ha incrementado más.

M. Tamayo

19 dic 2022 - 04:58

La geopolítica se alza como la protagonista de una crisis perenne

 

Durante años, la geopolítica había casi desaparecido del discurso político, pero 2022 se ha encargado de desempolvarla del todo y hacerla la protagonista de la crisis del último año. El término se popularizó de la mano del general alemán Karl Haushofer en los años treinta y el propio Adolf Hitler la usó para elaborar la ideología nacionalsocialista y en las décadas siguientes el término quedó relegado bajo la sombra del nazismo. No fue hasta la década de 1970 y 1980, golpeadas por la inflación y la crisis del petróleo, que resucitó el término como sinónimo de geografía política. El revival de la geopolítica llega cargado de grandes hitos: la mayor guerra en Europa desde 1945, la mayor amenaza nuclear desde la crisis de los misiles de Cuba y el mayor paquete de sanciones impuesto a un país desde 1930.

 

Las réplicas del terremoto geopolítico se han sentido en la economía, originando la mayor inflación en muchos países de desde la década de 1980 y los retos macroeconómicos más desafiantes en décadas que pueden arrastrar al mundo a una recesión. La geopolítica, que estudia como la disposición del espacio y la relación de los pueblos con el territorio geográfico afectan a la política, la economía y la sociedad, abarca desde el control de las fronteras a la obtención de recursos naturales, dos temas sensibles en la política internacional del último año. Por ello, la disciplina ha vuelto a vivir una nueva edad dorada con un auge de popularidad y un puesto central en todos los análisis.

 

En 2022, la guerra en Ucrania ha catapultado la geopolítica al mainstream de los estudios de riesgo y ha dejado, una vez más, de ser una palabra anticuada para convertirse en la clave de las previsiones macroeconómicas. La invasión de Ucrania y el regreso de la guerra al continente europeo han azuzado los miedos de una fragmentación económica que rompa en mil pedazos un deteriorado comercio internacional golpeado por la pandemia.

 


 

 

En pocas palabras, la globalización ha estado en peligro en 2022 y lo continuará estando en 2023. Tras el caos de la cadena de suministro de los últimos años, los países están optando por un mayor proteccionismo que les haga estar preparados ante otro posible golpe. La dolencia no es nueva, ya que entidades como la Organización Mundial del Comercio (OMC) llevan años alertando de una caída de la velocidad en la integración económica y el término slowbalisation, que define este frenazo, fue acuñado en 2015 por el danés Adjiedj Bakas. Sin embargo, los temores de una nueva economía de bloques han cogido fuerza al resucitar un antiguo conflicto, el de Occidente contra Rusia.

 

Sin embargo, los gobiernos corren el riesgo de que lo urgente despiste de lo importante. Si una potencia es capaz de cambiar el orden mundial que rige los últimos treinta años es China. El gigante asiático tiene su propio desafío geopolítico con la política de una sola China. Su ambición anexionista de Taiwán es un conflicto sumergido en una calma tensa que, de explotar, puede resquebrajar del todo la relación de fuerzas entre Oriente y Occidente y revolucionar el comercio mundial.  Además, continúa buscando aliados para hacer un frente común más allá de las potencias occidentales.

 

 

El oso tumba el tablero europeo

La ofensiva rusa contra Ucrania se ha configurado como una nueva amenaza para la economía mundial y desajustado las previsiones post Covid-19. Un síntoma claro de la revolución de la geopolítica es la revigorización de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (Otan). Con 1991 y la caída del muro de Berlín, el mundo bipolar pareció deshacerse y Francis Fukuyama anunció “el fin de la historia”. Sin embargo, en los últimos meses, los países han desandado el camino hecho y vuelve a dibujarse un mundo en bloques que vuelve a dotar de importancia la alianza militar dirigida por Jens Stoltenberg, secretario general de la Otan. “La guerra de agresión de Rusia contra Ucrania y ha alterado gravemente nuestro entorno global”, señalaba el concepto estratégico aprobado por los líderes en su reunión de julio en Madrid. La última hoja de ruta de la organización se había aprobado en 2010 y, entonces, Moscú era considerado un “aliado estratégico” y no es lo único que ha cambiado en este tiempo: si hace diez años la Otan luchaba contra su propia irrelevancia ahora gestiona las peticiones de otros estados para unirse al club y presume de una salud de hierro. Actualmente, la organización suma treinta miembros y Finlandia y Suecia han solicitado unirse.

 

El resurgimiento de la Otan viene acompañado de un cambio de estrategia desde Bruselas. Con la agresión de Rusia, la Unión Europea ha recalculado su argumentario y se ha colocado un título del que había rehuido hasta el momento: potencia geopolítica. Hasta el momento, esta disciplina había quedado relegada a los estados, mientras que la UE contaba con competencias formales sobre ellas y se aferraba a la frase de uno de sus propulsores, Jean Monnet, “hacer Europa es hacer la paz”. Desde Bruselas se optaba por influenciar haciendo, dando ejemplo de estabilidad como gran herramienta de expansión de su modelo. Sin embargo, en un mundo donde comercio y política se entremezclan, los poderes de Bruselas ganan relevancia en la llamada “alta política”. Además, desde el Ejecutivo tienen poder para sacar adelante políticas de seguridad, inversión, competencia, tecnología o finanzas que le han hecho asentarse como un actor geopolítico.

 

Uno de esos conceptos amplios que se ha puesto de moda en Bruselas es el de autonomía estratégica. El concepto no es nuevo entre los funcionarios de la capital belga, pero ha cogido más fuerza que nunca con la guerra en Ucrania. La autonomía estratégica aborda la política y la defensa exterior, pero también el comercio y la economía. La crisis energética ha catapultado la necesidad de contar con esa autonomía estratégica.

 

 

 

 

La caída del gas proveniente de Rusia y la consecuente crisis energética en el continente han hecho saltar las alarmas. El alto precio de la electricidad ha puesto en jaque la industria europea, además de originar una crisis de coste de vida con cifras de inflación de récord, dejando el continente a las puertas de la recesión en 2023, una situación que amenaza su posición global.

 

Prueba del cambio de deriva europeo fue el discurso que pronunció el canciller alemán, Olaf Scholz, en la Universidad de Praga para el inicio de curso: “en los últimos años, muchos han reclamado, con razón, una Unión Europea más fuerte, más soberana y más geopolítica, una Unión consciente de su lugar en la historia y en la geografía, que actúe con fuerza y cohesión en el mundo. Para contrarrestar este ataque, necesitamos desarrollar nuestra propia fuerza”. En la misma línea iban las declaraciones del alto representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Josep Borrell, anunciando un “doloroso, pero necesario despertar geopolítico en Europa”. Todo mientras el centro de gravedad de la UE se desplaza al este de continente, otorgando a las exsoviéticas Ucrania y Moldavia el estatus de candidatas en el club, una división en la que se puede mantener muchos años, tal y como lo están haciendo los países de los Balcanes.

 

Una de las políticas más claras hacia el emprendimiento de acciones en base a la nueva realidad geopolítica es la Brújula Estratégica un “ambicioso plan de acción para reforzar la política de seguridad y defensa de la UE de aquí a 2030” en palabras del propio Consejo de la UE. Según el club de los 27, el objetivo pasa por convertir a la UE en un proveedor de seguridad y hacerse su hueco a escala internacional, un escenario en el que se ha colocado de perfil tradicionalmente. Una política más dura frente a otra de sus armas geopolíticas, la estrategia Global Gateway que surgió tras la pandemia. Esta política aspira a movilizar 300.000 millones de euros de inversión hasta 2027 para posicionar a Europa en un “marco internacional competitivo” a golde de inversión en infraestructuras en regiones como África Subsahariana, América Latina y Asia Pacífico. El pasado 11 de diciembre, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyem, convocó la primera reunión de la junta de Global Gateway para analizar el primer año de trabajo del plan que busca hacer frente a la ruta de la seda china y hacerse fuerte en el sur global.

 

 

America First

Además, Europa se tiene que enfrentar al reto geopolítico ante los desplantes del que debía ser su principal aliado: Estados Unidos. A pesar de la guerra en Ucrania, el centro de gravedad de la política exterior estadounidense no ha cambiado, continúa siendo el Indo Pacífico, donde la Administración de Joe Biden, presidente estadounidense, cree que se jugará la verdadera batalla por el dominio mundial, como ya lo hacían sus últimos antecesores en el despacho oval.

 

La Estrategia de Seguridad Nacional (ESN) de 2022 aprobada dos años después de que Biden llegara a la Casa Blanca muestra la clara polarización de la competición estratégica con China y la identificación de Rusia como un peligro urgente, pero localizado y reconoce la dificultad de alcanzar acuerdos con ambos países. Aunque el documento lo deja claro, China es la principal competencia del país y donde se deben reflejar los esfuerzos. El documento muestra el país asiático como el único capaz de trastocar el orden mundial y dominar la región del Indo-Pacífico. Así que, la guerra en Ucrania no ha conseguido alterar las líneas maestras de la estrategia norteamericana de la “competición geopolítica” que ambas potencias están librando a ambos lados del Pacífico. “Hemos entrado en un nuevo y significativo período de la política exterior estadounidense que exigirá de EEUU en el Indo-Pacífico más de lo que se nos ha pedido desde la Segunda Guerra Mundial”, argumentaba en el documento publicado el pasado octubre. Desde Washington, buscan polarizar el relato entre las democracias y las autocracias, aunque con un enfoque más pragmático que en sus anteriores ediciones para ampliar más el arco. Otra de las puntas de lanza del nuevo choque geopolítica es la tecnología, y la primera economía del mundo busca dar importancia al tejido conectivo en comercio y seguridad entre sus aliados y socios democráticos.

 

 

 

 

En el choque entre las dos mayores potencias del mundo, Taiwán lleva años postulándose como la mecha que hará prender el conflicto. Este año, la tensión aumentó con fuerza con la visita de la presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, Nancy Pelosi, a la isla, aunque Estados Unidos sigue sin reconocer el territorio como país soberano mientras China sigue reclamando su reunificación. China respondió a principios de verano con un comunicado alegando que la única política posible para Taiwán era de la una sola China, aunque la Administración Biden ha afirmado que estaría dispuesta a defender la isla ante una ofensiva militar de Pekín. El choque entre ambas potencias se traduce por el momento en la guerra de los semiconductores. Desde Washington, Biden aprobó el Chips Act que limita las exportaciones de semiconductores e incrementa las ayudas a las empresas estadounidenses.

 

Mientras Washington centra sus esfuerzos en el este, sus viejos aliados al otro lado del Atlántico aquejan de la estrategia proteccionista en la industria. Los europeos están preocupados ante el aumento del proteccionismo que implica el paquete de subvenciones que ha aprobado Estados Unidos con la llamada Ley de la Reducción de la Inflación (IRA, por sus siglas en inglés). Desde fabricantes de automóviles hasta generadores de energía verde estadounidense pueden verse beneficiados por el paquete de 43.000 millones en dólares de subvenciones que prevé distribuir el Gobierno de Estados Unidos, dejando a Europa como una plaza muy poco atractiva para asentar su industria. A finales de año, la UE se encuentra debatiendo si debe tomar medidas de “reequilibrio” al respecto para suavizar las “distorsiones” de la competencia causadas por las subvenciones, según las declaraciones de Von der Leyen. Una de las herramientas que puede acabar usando el club de los 27 es la de reclamar el arbitraje de la OMC.

 

 

China, el cambio posible

El dragón despertó ya hace tiempo y se sienta a la mesa de igual a igual con las grandes potencias. El país cuenta con un ambicioso plan para expandir su influencia fuera de sus fronteras abanderado por la nueva ruta de la seda, con planes para una gran cantidad de países en el sur global, pero también en Europa. A pesar de la innegable fuerza de China, el país ha vivido tiempos convulsos en los últimos años. La política de Covid Cero ha encerrado en si mismo el país y rebajado su producción y la velocidad de crecimiento.

 

Durante este año, con la guerra en Ucrania de fondo, China publicó junto a Rusia un manifiesto conjunto rechazando la influencia internacional de Occidente y la presión que ejerce. El país de Xi Jinping también ha establecido asociaciones con otros actores alejados del epicentro occidental como Irán, Arabia Saudí, Venezuela y Angola.

Durante el XX Congreso del partido comunista chino celebrado en octubre, Xi Jinping realizó una evolución muy positiva de su política exterior y los expertos no auguran un cambio de dirección en su estrategias. Así, durante los próximos años, China continuará potenciando sus capacidades económicas, tecnológicas y militares para aumentar su influencia internacional. Todo sin perder de vista Taiwán, otro de los pilares más importantes de su política exterior. China ha lanzado misiles este año muy cerca de la costa de la isla y no prevé que las relaciones entre Taipei y Washington se deshagan, aunque todavía tiene un as bajo la manga antes de recurrir a la invasión.

 

 

 

 

Con el despertar del conflicto geopolítico, aumentan las posibilidades de que acaben consumándose los miedos de la teoría del desacople, mediante la cual Estados Unidos y China romperán lazos comerciales y generarán dos bloques que, aunque no funcionen de forma completamente independiente como lo hicieron durante la guerra fría, reducirán sus interacciones entre sí, acabando con treinta años de hiperglobalización y dibujando un nuevo tablero de las relaciones internacionales y el intercambio de bienes, más politizadas que nunca.